Nacio en Hungria era
hijo de un industrial adinerado de Budapest, donde nació en 1906. Analista
financiero y especulador, siempre elegante e impecablemente vestido, un
verdadero gentleman. Conservó su estado físico y mental en plenas condiciones
hasta los últimos días de su vida, además, era astuto como pocos escribió
muchos libros volcando en ellos todas sus aventuras, sus conocimientos y
sabiduría, fueron 75 años de bolsa.
Su más asiduo consejo era: comprar títulos, acciones de empresas, tomarse unas
pastillas para dormir durante 20/30 años y cuando uno despierta, voilà! es
millonario, su vida estuvo rodeada de lujos y excentricidades y entre sus amistades
y conocidos se encontraban el genial compositor Richard Strauss, el escritor
Ernest Hemingway y el gran economista americano Milton Friedman.
De entre sus
operaciones bursátiles destaca por encima del resto la de los empréstitos de la
compañía Young, rápido como un zorro y conocedor de la mentalidad y el temple
teutón, divisó una oportunidad inigualable y compró en la bolsa de París
empréstitos de dicha empresa al 5,5%. Una apuesta fuerte y que lo podía
arruinar totalmente, algunos años después, cuando la nueva Alemania era algo
más que una promesa, los mismos títulos que compró a 250 francos franceses
cotizaban a 35.000 cada uno !Una verdadera fortuna!
Cómo buen especulador,
a pesar de acabar sus días como millonario, pasó por la cruda experiencia de la
ruina y hundido en sus deudas llegó a pensar en el suicidio, la especulación y
sobretodo la pérdida total del capital invertido eran conceptos que André
conocía perfectamente.
Cuando era aún muy joven, su
hermano Emmerich, que en aquel entonces era empleado de banca, se sintió
también arrastrado por la fiebre de la especulación y en compañía de algunos
amigos, especuló en commodities, al principio, todo pareció irles bien sin
embargo, cuando el mariscal de campo Hindenburg derrotó a los rusos en
Tannenberg, Prusia Oriental, sobrevino una gran caída bursátil, en la que
Emmerich no sólo perdió todo lo invertido, sino que acabó hipotecado hasta las
cejas, cuando en esa dramática situación, Emmerich empezó a hablar de suicidio,
su padre tuvo que liquidar las deudas y no se volvió a mencionar la palabra
especulación en la familia Kostolany.
Tras el desafortunado
acontecimiento se produjo un movimiento en los mercados que elevó la cotización
de la cartera de Emmerich, pasando de una situación de ruina al haber liquidado
las posiciones, a una posición de
grandes beneficios si hubiera tenido la capacidad financiera suficiente para
aguantar el golpe bajista, eso le enseñó a André una gran lección: “En la bolsa
las cosas ocurren al principio de manera distinta a como se pensó y sólo
después se enderezan y suceden como se había esperado. Cuando, pese a todo, se
gana dinero en la bolsa, es el salario del dolor, primero llega el sufrimiento
y después el dinero”.
Sus estudios en
Historia y Filosofía del Arte cursados en Budapest no le guiaron
profesionalmente, pero le acercaron a lo que durante toda su vida fue su
válvula de escape para la especulación, la música y el arte.
Según palabras del
propio Kostolany: “Siempre he tomado las mejores decisiones sobre el mercado
escuchando música clásica, eso ha quedado demostrado en la práctica con
bastante frecuencia, lo principal es mantenerse al margen de la opinión
generalizada”. Para André el dinero era algo perecedero, mientras que el arte
siempre será eterno.
André también descubrió
en una etapa temprana de su vida como especulador, que la única forma de
sobrevivir en el mercado es mediante un pensamiento independiente, que nos haga
obviar los cientos de consejos bursátiles que están al alcance del inversor, durante
la década de 1930, André disfrutaba de unas vacaciones de invierno en la
estación de esquí de St. Moriz, por aquel entonces símbolo de lujo y riqueza, era
el punto de encuentro de las altas finanzas internacionales, de los artistas de
cine y, en definitiva, de las más destacadas personalidades del mundo, Kostolany
tras sus éxitos en el mercado acudía a dicha estación a observar a los magnates
para intentar arañar algún sabio consejo o información privilegiada. Entre los
personajes de la época estaban André Citroën, el rey del automóvil, Sir Henry
Deterding, que era dueño y señor del consorcio Royal Dutch-Shell, Walter C.
Teagle, presidente de la Standard Oil, Charlie Chaplin y una larga lista de
personajes a los que André observaba como si de un detective se tratara.
Entonces, por efecto
del azar se produjo lo que André llevaba tanto tiempo esperando, su labor de
investigación daba sus fruto cuando una tarde, uno de los botones del hotel
llamó a la puerta de la habitación de André, entregándole un telegrama que
confirmaba el encargo de un gran paquete de acciones de Royal Dutch en todos
los mercados del mundo por un importe total de varios millones de florines, al
principio, André no entendía bien el significado del telegrama y al volver a
leerlo descubrió que el destinatario del mismo era el Dr. Mannheimer, los
empleados del hotel se habían equivocado en el número de la habitación,
otorgándole a nuestro protagonista un increíble secreto que sin duda le haría
ganar grande sumas de dinero, tras devolver el telegrama para no desatar
sospechas, Kostolany tomó una gran posición en Royal Dutch, mucho más dinero
del que normalmente dedicaba a cada posición, pero que más da, si es una opción
segura, un caballo ganador.
Tras la compra de la
acciones, éstas no pararon de bajar hasta llegar a un valor que suponía un
tercio del precio de compra, esto le demostró a Kostolany que debía fiarse,
exclusivamente, de sus propias opiniones y no dejarse llevar por chismorreos,
aún cuando éstos vengan de grandes financieros o personas muy adineradas.
Su método de
especulación se basaba en la opinión contraria, subirse al tren cuando todos
bajan, cuando cunde el pánico, cuando todo el mundo se saca los papeles de
encima y las cotizaciones se derrumban, cuando todos venden a cualquier precio,
para limitar pérdidas o por miedo, cuando los inversores se desprenden de los
títulos como si los mismos tuvieran lepra, en ese momento es cuando hay que
pegar el manotazo, para después vender todo en plena euforia, cuando las
cotizaciones hayan explotado, cuando los títulos son recomendados hasta en la
peluquería, cuando se recomiendan acciones en todos los medios y revistas,
cuando se habla de ganar plata en la bolsa hasta en las iglesias y en los
almacenes, entonces hay que vender todo sacarse de encima hasta los papeles más
queridos y amados.
Como buen especulador,
André Kostolany, dominaba tanto el lado largo como el corto, conocía
perfectamente la posición corta y la utilizaba en beneficio propio sin
importarle las razones morales que algunos aducían en aquellos tiempos, se
consideraba antipatriótico especular a la baja y eso es algo que viviría André
crudamente durante el gran crack bursátil de Octubre de 1929, en aquel desastre
financiero, Kostolany había estado en el lado correcto del movimiento,
generando unas enormes plusvalías en posición corta, que contrastaban con las
pérdidas que habían sufrido muchos de sus compañeros, que en la mayoría de los
casos se habían arruinado o habían perdido sus empleos. André se podía permitir
cualquier lujo, cualquier restaurante, cualquier hotel, sin embargo, ¿con quien
iba a compartir esos momentos?, ¿podría sonreír mientras todos estaban tristes
y malhumorados?, y en definitiva de que le servía el dinero si no podía
disfrutar de él, en aquellos momentos André no se atrevía a ser feliz y empezó
dudar de la filosofía de inversión en posición corta, la gota que colmó el vaso
y que le convenció de no volver a especular a la baja sucedió en París.
Era Sábado por la tarde
y no había otra diversión en la ciudad que acudir las oficinas de un amigo
norteamericano que era agente de bolsa (Hentz and Co.), la jornada bursátil, en
los Estados Unidos, contaba con dos horas de negociación durante los sábados,
de diez a doce de la mañana, en medio de la apatía general del mercado, un solo
valor había sido objeto de grandes transacciones, se trataba de Kreuger y Toll,
una empresa Sueca dedicada al negocio de las cerillas. La idea de Ivar Kreuger,
rey sueco de las cerillas era tan simple como inteligente, los países de Europa
central y oriental necesitaban dinero y Kreuger estaba dispuesto a
facilitárselo, como compensación, exigía la concesión del monopolio de
fósforos, lo cual le aseguraba grandes beneficios.
A tal efecto la empresa
comenzó a emitir empréstitos para obtener el capital que necesitaba para pagar
a los países que precisaban capital, la mayoría de los empréstitos suscritos
fueron a parar al otro lado el Atlántico, la operación parecía razonable y
realizable, si no hubiera sido por la escasa solvencia de los deudores de esta
operación: Alemania, Hungría, Rumanía, Yugoslavia y Polonia. Los
acontecimientos políticos acabaron consumando la catástrofe que acabó con el
suicidio de Ivar Kreuger y el correspondiente desplome bursátil, que una vez
más le reportó pingües beneficios a André Kostolany, aunque en esta ocasión el
escenario era diferente y se trataba de un dinero manchado por la sangre del
ingeniero Kreuger y esto le hizo abandonar para siempre la especulación en el
lado corto del mercado.
De entre sus numerosas
publicaciones destacan dos: “El fabuloso mundo del dinero y la bolsa” y
“Estrategia Bursátil”, ambos libros publicados en la década de los 80, en el
primero el autor narra sus experiencias en la especulación bursátil y nos
ofrece un excepcional paseo por más de 5 décadas de mercados financieros unido
a la historia de Europa del siglo XX. André nos narra con gran detalle las
fiebres especuladoras de siglos anteriores, desde la tulipmanía hasta la compañía
de los mares del sur, así como los cracks del siglo XX, especialmente el de
1929 que vivió en toda su crudeza.
En la década de los 70,
Gottfried Heller, le propuso a André abrir su experiencia bursátil al gran
público mediante la celebración de seminarios, la formación le llegó a nuestro
protagonista en su etapa de pensionista y el objeto de los seminarios
impartidos era algo desconocido en Alemania, el primero se celebró en Octubre
de 1974 en Munich y asistieron sólo 30 personas, sin embargo, la habilidad de
André para transmitir sus conocimientos y experiencias sobre el mundo bursátil
se extendió rápidamente y en los aproximadamente 100 seminarios celebrados, más
de 15.000 asistentes tuvieron el privilegio de recibir las enseñanzas de este
gran maestro, el resultado de todos estos seminarios y conferencias en
universidades e instituciones financieras fue la formulación de centenares de
preguntas que Kostolany acabó publicando, junto con sus respectivas respuestas,
en su obra “Estrategia Bursátil”.
Su método de
especulación no tenía en cuenta el análisis técnico, al que desprecia
constantemente en su libros, ni cualquier otro método cuantitativo, se fiaba de
su intuición e instinto y por lo resultados obtenidos, queda claro que su
olfato para la bolsa y la especulación tenía esperanza matemática positiva. Si
tuviéramos que nombrar a un sucesor del más grande especulador de todos los
tiempos, Jesse Lauriston Livermore, sin duda, André Kostolany sería el elegido.
Falleció el 14 de Septiembre de 1999 en París a los 93 años.